La Navidad

Oh, la Navidad. Qué momento particular del año. Qué época hermosa para ir al shopping, admirar el trabajo de los decoradores, mirar el precio de las cosas y reír. Reír para no llorar, pero reír al fin. Y qué oportuno es que justo cuando terminamos de rendir los últimos finales y recuperatorios, podemos meternos en la cama por unos días para disfrutar del lujo más sagrado que Jesucristo le legó a la humanidad al crearnos: el ocio. El ocio per se. El ocio que no busca más que seguir siendo ocioso.

Las maratones de películas festivas son un ejemplo de la boludez que estamos dispuestos a soportar porque somos libres al fin, y nada nos puede sacar de esa burbuja de alegría pero, más que nada, de alivio, que conlleva la libertad recientemente lograda. Verlo a Macaulay Culkin antes de que cayera ante las mentanfetaminas y el travestismo, qué quieren que les diga, trae algo de relajación y júbilo soso. Soso como el concepto comercial de las fiestas pero aún más como la idea de que el 24 a la noche es una instancia maravillosa para reunirnos con nuestros familiares, a quienes estuvimos intentando evitar el resto del año.

Hablemos de ese 24 a la noche. Hablemos de lo incómodo. Hablemos de que ni siquiera nos gustan los tomates rellenos. Si sos como yo, es probable que no tengas una relación muy estrecha con tus familiares. En mi caso, todos mis tíos y primos son o muy rurales, o muy acomodados, o muy políticamente incorrectos o todas las anteriores. Por lo general, no tengo problema con verlos de vez en cuando para asegurarme de que nadie está muerto/embarazado, pero siempre encontré en las fiestas una costumbre demasiado forzosa de fingir que tenemos algo en común, cuando ellos tiran pirotecnia mientras yo consuelo a mi perra.

El calor, los mosquitos y lo groncho hacen que la Navidad que nos prometió Hollywood quede en los sueños de quienes, como yo, todos los años intentamos convencer a los jefes de familia de poner el aire acondicionado en -2°C para fingir que es invierno y que no es una locura tomar chocolate caliente. Pero ni el clima, ni la gente con quienes la pases, ni la pirotecnia, ni la comida te pueden arruinar la Navidad si entendés el verdadero significado de la fecha: un feriado. O una declaración de vacaciones.

Mi consejo: bajas expectativas, alcohol, contacto constante con amigos por si tu familia decide reclamarte que pasás mucho tiempo en la computadora o que no estás de novio y televisión. Recordá que no porque sea una fecha específicamente diseñada con el único propósito de amargarte, tenés que pasarla mal. Por el contrario, podés forjar tus propias tradiciones y aislarte de aquello con lo que no te identificás de la fiesta.

Que te sea leve y Merry Kissmyass!

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